lunes, 21 de junio de 2010

Junio


Esta misma tarde he acabado el libro de Trapiello, Las armas y las letras. Lo he leído con fruición y, sobre todo, con dolor. Trapiello, escribe con la seguridad del erudito, y eso me convierte en un lector que crece en dudas; tal vez, no sea más que una defensa psicológica ante mi falta de erudición.

Recoge el autor la crueldad del hombre en momentos de guerra, los caminos que cada cual camina para sobrevivir; o para mejor vivir, como Alberti y su mujer con la barriga llena descubiertos por Miguel Hernández cuando todavía le quedaba por pasar un mayor calvario del vivido hasta ese momento. Tropelías (RAE, desuso: Arte mágica que muda las apariencias de las cosas) de tanto intelectual que, en función de los acontecimientos, quiso borrar, a veces declara que fue un simple olvido, un hecho de aquel presente que podía llevarlo al ostracismo en un futuro no tan lejano. Sea como fuere, agradezco que un buen amigo me recomendara su libro. Gracias, desconocido Miguel O.


Ayer esperaba el autobús en Gran Vía poco antes del mediodía. Apareció, entonces, un profesor de Antropología de nuestra cada vez menos presente universidad granadina, cuyas lecciones tuve el placer de recibir. Para muchos arrogante, esas muestras de vanidad yo siempre las perdoné al leer sus libros y sus artículos porque en ellos percibí de forma nítida la humildad del pensador que es, las interrogantes insatisfechas, las torpezas del investigador. Nos saludamos. Volvía de dar un paseo dominical por algunos parajes de Granada. Como escribe en el prólogo a la obra de David Hart, él había sido, un investigador at home. Desde luego, no se lo reprocharé nunca porque gracias a esta circunstancia pude comprender mejor mi ciudad y, por ende, a mí mismo. Me preguntó si seguía en el PSOE local, con el cual se enfadó tiempo ha, y dudó del nuevo proyecto si no se contaba con los intelectuales. Nos despedimos, mientras yo esperaba el autobús, y pensé en los intelectuales y el papel que tuvieron durante la Guerra Civil española. Por eso hay que leer a Trapiello.


En el prólogo de su libro, Los confines, puede leerse:"Nuestro mundo es un mundo desencantado, como decía Max Weber. No creemos en la providencia ni en la intencionalidad de la naturaleza, y por eso la novela no debería ser desalojada de nuestras vidas. Pues si la vida humana es lo que no tiene sentido, la novela es la instancia en la que acaso trata de restablecerlo...”. Efectivamente, tal vez necesitemos que un intelectual escriba la novela que mejor represente mi ciudad como única forma de darle un nuevo sentido a nuestras vidas llenas de conflicto, de inanición; sobre todo las de las élites, -tal y como escribió mi profesor-. Pero entre tanto puntapié honorable, siempre en mi ciudad ha habitado un anónimo que nos ha hecho mejores. El propio Trapiello, sin ruido, sin ostentaciones, coordina en la Editorial granadina Comarex, la colección La Veleta, con el objetivo de difundir la poesía.

Antes de terminar, una frase más quiero destacar del libro de Trapiello, Las armas y las letras, en alusión a la figura de Azaña: “La literatura es lo contrario de la política, y Azaña parece saberlo. La política persigue el éxito. La literatura nace siempre de un fracaso, o tiende a él”.

Yo siempre quise ser escritor. Desde hace un tiempo me incliné hacia la política. Estoy perdido si la inclinación perdura.

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