jueves, 8 de octubre de 2009

ESPÍAS DE MEDIANOCHE

La habitación tiene las luces apagadas. Sin embargo, la luna llena ofrece una claridad mutilada, retazos tenues que se cuelan por la única ventana que existe. Claroscuros sin apenas contraste. Pese a todo, puede distinguirse la silueta de dos mujeres. Una de ellas sentada frente a la ventana, y la otra está apoyada en una de las paredes de la habitación.
- ¿Cómo estás, Paquita? ¿Hoy te ha comido la lengua el gato?
- ¿Cómo quieres que esté, Consuelo? Lo mismo que anoche.
- ¡Ay, qué mujer esta! Vieja, así es como estás.
- Pues eso será. Bueno, ¿qué?, ¿te cuento o no?
- Cuenta, claro; estoy que no vivo. ¿Qué sabes de nuevo?
- Por cierto, ¿qué has hecho de cena esta noche, Paquita? Me llegaba un olor desagradable. Seguro que has vuelto a quemar la comida.
- Pues qué va a ser, la leche, que la he puesto en el fuego, y me he quedado embobada con la televisión; y cuando he querido acordar, la hornilla echa un asco.
- A mí eso no me pasa, y luego dices que la vieja soy yo. El secreto está en no cocinar.
- Déjate ahora de tonterías, viejas estamos las dos. Cuenta mujer.
- Verás, estamos a punto de averiguar lo que sucede en esa casa. Lo presiento. Cerca, muy cerca, Consuelo.
- No te creo, son cosas tuyas. Ahí pasa algo feo, eso lo sabemos, pero no entiendo por qué estamos tan cerca.
- No sé mujer, la verdad. Puede que sea un presentimiento, no más.
- ¿Y tu nieta?, ¿te ha llamado hoy?, ¿cuándo vendrá a dar una vuelta?
- ¡Cotilla!
- Cotilla no, Paquita, pregunto porque me intereso por ti, a mí no me gusta meter las narices en lo ajeno; vamos, que me da igual. Si no me quieres contar, allá tú.
- Sí claro, y yo que me lo creo; a ti nunca te dio igual un so que un arre. Además, si lo ajeno no te interesa, dime qué haces aquí conmigo espiando el piso de enfrente.
- Mujer, no es lo mismo.
- ¡No puedo contigo, Consuelo!, bien sabe Dios que los años no aplacan el mal genio que me produces, pero también es cierto que la paciencia, si es una virtud, me hará ganar el cielo.
- Qué exagerada eres, Paquita; y menos mal que tu mal genio me hace gracia, de verdad.
- Bueno, ¿quieres saber o ponemos la radio y se acabó?
- Ayer me dijiste que subieron un poco las persianas, y que viste a alguien al trasluz. Mira, a mí todo esto me da miedo; tiene pinta de vivir ahí gente que se esconde de algo, de eso no tengo duda.
- Lo importante, Consuelo, es que hoy tenemos algo que no teníamos ayer. Mira, esto son unos prismáticos que me ha traído mi nieta.
- Entonces, ¿ha venido hoy a verte?; ¿y cómo está, se casa ya por fin o se va a vivir con su novio?
- ¡Vete bien lejos, Consuelo! De modo que te enseño los prismáticos..., este chisme que nos acerca de verdad, a lo que está ocurriendo en ese piso, y entras al cotilleo.
- Pero es que me hace gracia lo de las lentes esas. Bueno, y miedo, ya te digo, miedo también me da, porque igual tienen a alguien secuestrado, o son ladrones, o peor, con los tiempos que corren y lo que se oye, terroristas.
- Perdona que te diga, Consuelo, y que Dios me perdone, pero tú eres idiota. Que no abran nunca las persianas, que no veamos a vecinas nuevas salir y entrar, no quiere decir que en ese piso viva gente maleante.
- Pues tú me dirás. Pero, hay algo que no entiendo. Ayer me dijiste que no era un piso, que parecía un dúplex, y esta noche me hablas de un piso. Un bloque desde luego, no es.
- ¿Cómo va a ser un bloque, hija mía? Es una casa de dos plantas, la planta baja, ¿la ves?, y la primera, donde sucede vaya a usted a saber qué.
- ¡Por Dios, Paquita, estoy poniéndole emoción! Qué poco delicada eres, hija.
- ¡Ignorante!
- De modo que tú si me puedes decir idiota, y yo no puedo nunca meterme contigo.
- Esto es imposible, contigo ser espía es un tormento.
- ¡Claro, si tú eres Hercules Poirot! ¡Qué digo, Paquita Poirot!... ¡Por Cristo bendito, mira qué pinta tienes con los prismáticos!
- ¡Cielo santo, acaban de subir la persiana!
- No me lo creo.
- Hay una mujer fumando un cigarro en la baranda del balcón.
- ¡A mí no me engatusas con eso!
- Mejor compruébalo tú misma.
- Paquita, que me da algo, es una enfermera, y vaya trasiego de gente que se ve; la luz es muy débil, pero se ve todo perfectamente.
- Te dije mujer que mi nieta era un sol.
- Desde luego; es la primera cosa con sentido que has dicho esta noche.
- ¡Ah!, ¿no te he dicho que se ha comprado un piso con su novio?
- ¿En serio?
- Creo que se casarán pronto.
- Paquita, no sabes cómo me alegro. Pero dime, vuelve al piso, ¿qué ves?
- Tira la ceniza por el balcón. Yo pienso que en cuanto termine la carrera y tenga trabajo se casarán, porque mi nieta tiene pinta de querer un hijo pronto.
- Eso desde luego; los niños hay que criarlos cuando una está joven.
- Pero si tú nunca has tenido hijos, Consuelo.
- Tengo vida, Paquita, tengo mucha vida y una aprende más de lo que quisiera.
- ¡Oye! ¿Eso no será una clínica abortiva? ¡Ay, Santo Dios!
- Por qué no me calientas un poco de leche, Consuelo, esto va para largo y noto nervios en el estómago. Que esté bien calentita, por favor.
- Claro mi vida, ahora mismo.
- Sin tirar nada.
- ¡Cállate! Sigue, sigue contándome lo que ves.
- ¡Consuelo!, ¿qué ha sido eso, qué has tirado?
- ¿Cómo se te ocurre apilar los vasos de esta manera? ¡Sólo tienes tres vasos y los pones uno sobre otro!
- ¡Desde luego, naciste tonta! Y eso que estudiaste y todo, pero te hicieron las manos de gachas. No llores, Consuelo, que al final me voy a sentir mal.
- ¡Sólo de vieja he hecho yo estas cosas, bien lo sabes! Una no tiene la culpa. Que hubiese criada en casa también era causa de problemas.
- Esta chica se nos va de la ventana, Consuelo.
- ¿La enfermera?
- La misma, Consuelo, ¿quién si no? Calla ahora, mucho silencio, que no nos oiga nadie.
- ¡Ay, por Dios, el timbre!; ¿quién será, Paquita, a estas horas?
- ¡Y yo qué sé! ¡Cálmate, por favor! Abre tú, que yo con la silla de ruedas tardo una eternidad. Pero pregunta quién es.
- ¿Sí, quién va?
- ¡Señoras, por favor!
- Señorita, alguna todavía somos señorita.
- ¿Qué hace usted aquí, Consuelo, a estas horas? Se ha oído un ruido y me han avisado de control. ¿Qué ha pasado?
- ¡Consuelo, que tiene las manos de trapo!
- ¡La próxima vez te calientas tú la leche!
- Vamos, por favor, dejen de pelearse. Mañana es día de visita, y es mejor que se acuesten ahora. Vaya usted a su habitación, Consuelo, que yo ayudaré a la señora Paquita a que se acueste.
- Buenas noches señorita; buenas noches, Paquita. Siento lo del vaso.
- ¡De trapo, las manos de trapo, Señor!