Por
Miguel Ángel Madrid
Hace tiempo que sé que notenemos remedio. Me cuesta trabajo entender muy bien qué es lo que pasa, laverdad, pero algo sucede en nuestra familia. A veces pienso que todo es culpade papá. No porque esté preso. Sé que está en prisión por ser pobre, no porquesea una mala persona. Eso me dije Juan. Aunque un policía nos dijo una vez quehabía hecho daño a otra gente. Y anosotros más que a nadie. A mamá y a mí. También a María, pero duró poco tiempoporque en seguida lo vinieron a buscar. Un día salió de la cárcel e hizo aÁngel. Así me lo contó mamá. En realidad no lo vinieron a buscar. Se fue, no volvió.Era normal. Entonces, un coche de la policía paraba delante de casa. Lospolicías me decían que llamara a mamá. Yo les decía que pasaran ellos, que nome apetecía. Ya sabía que papá estaba preso. Ahora me pregunto si tenía otraopción, si pudo elegir otro tipo de vida. Juan, que trabaja en el Ayuntamiento,siempre me dice que sí cuando se queda conmigo después de la clase de refuerzo. Se puede elegir, Manolillo, me dice mientras me acaricia el pelo. Pero yo sé que me está mintiendo, aunquesé que lo hace con buena intención. En realidad sé que me quiere, o que metiene aprecio. A veces me gustaría vivir con él. Mimamá no sabe quererme. A veces, como ahora, se queda mirando al vacío,contemplando a través de la ventana del autobús, y entonces creo que me quiere.Luego, sin venir a cuento, te suelta una palmada en la cabeza. Personalmente,las prefiero, porque cuando me pega en la cara, sobre todo si hay gentedelante, la rabia me sube un calor fuerte a la cabeza. No, definitivamente, no sabe quererme, aunque mequiere. Cuando vinieron a por nosotros, se arrastraba por el suelo, se arañabalas mejillas, escupía, maldecía a quienes nos llevaban. Mis hermanos lloraban.Yo, en cambio, la miré fijamente, sin decir nada. Simplemente no tenía nada quedecir. Nos llevaron a un colegio nuevo, y también con una familia,durantealgunos fines de semana. Allí descubrí que éramos una familia rara, que sepuede vivir de otra forma. Por eso, creo que sé que Juan me quiere, que debeexistir otro lugar en el que las bofetadas no te lluevan. El abuelo dice quelas bofetadas se las llevó mi madre en prisión. Le pregunté por qué se lahabían llevado. Me contestó dándome una palmada en la cabeza, en la parte deatrás. Y no volví a preguntar, ni siquiera a Juan. La nariz se estampó con el hule de la mesa. Enla calle me dijeron que un hombre quiso hacerle daño a mamá, y que ella sedefendió con un destornillador. Yo no quiero hacerle daño a nadie. Lo sé. Estoy seguro. Y sobre todo, estoy seguro cuando veo a mi hermanopequeño, como ahora, en brazos de mi madre, dormido. Lo miro a la cara y sé quetiene un sueño dulce, que se está comiendo un algodón de azúcar, que ha entradoen una tienda de juguetes y coge un patinete y lo suelta, luego un balón quelanza al fondo, como si fuese un jugador profesional. Es lo que siempre me diceJuan, que algún día seré un gran jugador de fútbol. Pero yo no quiero salir enla televisión. En la televisión hay gritos. Como en casa. Yo quiero vivir en laplaya. Dedicarme a pescar por las noches. Llevarme a María y al renacuajo de Ángel. Pisar laarena, oler el mar. El verano pasado nos llevó Juan, y a otros niños de micolegio. Fueron unas colonias inolvidables. Los demás profesores no veían conbuenos ojos que yo fuera. Dicen que Juan me trata demasiado bien. Las coloniaseran para niños menores de diez años. Yo tengo doce. La verdad es que no veo ladiferencia. Me gusta el chocolate, como a todos los demás. Y el yogurt defresa, con trozos de fruta. Las patatas fritas con carne, o con huevo. Llamar amamá cuando se hace de noche, aunque siempre se ponga el abuelo. Es el únicoque coge el móvil. Sólo responde él, aunque el teléfono sea de mamá. Pero todoen la casa es del abuelo. Todo. Hasta nosotros. Desde que papá entró enprisión, vivimos en casa de los abuelos. Está justo al lado de la que teníamos antes de que se llevaran a papá. Mamála ha alquilado. Juan dice que eso no se puede hacer, que todas las casas delbarrio son del gobierno, que no pueden alquilarse. Yo lo que sé es que elgobierno sale por televisión, y grita, por eso no lo escucho. Nada. Juan dice queel gobierno sabe quién vive en nuestra casa porque hay gente que, como Juan, seencarga de saber quién vive en los lugares. El caso es que mamá recibe un dineroa final de mes. El abuelo fue quien tuvo la idea. Su casa tiene doshabitaciones. En una duerme él con la abuela, en camas separadas. En otrodormitorio, duerme mamá con Ángel y con María. Yo duermo en el comedor, en unsofá-cama. Ángel y María ya se han acostumbrado. Yo no, me despierto cada vezque el abuelo llega de madrugada. Miro el reloj. Son las dos, a veces las tres.Entra en su cuarto. Despierta a la abuela. Con el brazo extendido, pone la mano en su cuerpo y la zarandea. La abuela se queja, pero el abuelo le levanta la mano y la abuela calla. Entonces se quita el cinturón. Lo dobla. Le pega a la abuela un par de veces. Mamá se levanta de la cama y cierra la puerta de su habitación si es que está abierta. Si no, no se oye nada. Todos duermen. Sobretodo mis hermanos. Me alegro por ellos. A veces, siento ganas de gritarle alabuelo. Decirle que la deje en paz, que no le pegue más a la abuela. Apenas se entera de nada. Dicen que tiene depresión, que antes no era así. Una vez le pregunté a Juan. Me dijo que la abuela tenía un problema mental. Le pregunté si es que estaba loca. Juan me contestó que todos estamos un poco locos. La abuela se ríe cuando le hablamos. Le digo cualquier cosa: guapa, fea, caraculo,cenicienta, pasmada, y se ríe, siempre se ríe. Otras tardes, sigo con la cantinela: garbanzo, mula, grillo, seta, y no dice nada, se le cae la baba. Mamá entonces me grita, me da un tortazo y me dice que la deje en paz. Una noche, el abuelo, entró en la habitación de mamá. El día anterior había llegado la policía a decirnos que papá tenía problemas. Eran las dos y media de la madrugada. El abuelo avanzó por el comedor, a tientas, por la oscuridad y porel vino. Se paró delante de la puerta de mamá. Se quitó el cinturón. Los pantalones se le bajaron a los tobillos. Como pudo, se quedó descalzo, las piernas y el culo al aire. Echó a andar. ¡Hijo de puta!, empezó a gritar mamá,¡Hijo de puta! Saqué a Ángel y a María de la habitación. No paraban de llorar.Mamá seguía insultando al abuelo. Me asomé con miedo a que me vieran. Quería hacer algo. Matar al abuelo. No yo, o sí, no lo sé. Quería que se muriera.Nunca sonríe. Se peina hacia atrás, y con los dos colmillos que le quedan de la parte de abajo, me recuerda a un drácula ridículo, siempre enfadado. De repente,la abuela me dio una colleja. Extendió la mano, y con el dedo índice me ordenaba que me fuese con mis hermanos. No la obedecí, claro. La abuela nunca hace nada sola y estaba sorprendido. En la mano izquierda llevaba un cinturón.Se puso detrás del abuelo. Yo me quedé asomado en el quicio de la puerta. Le rodeó el cuello con el cinturón. De pronto, los vecinos comenzaron a gritar.¡Callaros, coño!, ¡Como baje yo, te vas a enterar, viejo de mierda!, ¡Pues no es bueno que el viejo me tiene hasta los cojones!, ¡Mañana se va a enterar cuando lo pille! El abuelo parecía que iba a vomitar. Mamá dejó de gritar. Yo respiré. Mis hermanos callaron en el momento en el que el silencio se hizo. La abuela siguió así un rato. No sé cuánto. El abuelo se calmó. Cayó al suelo. De rodillas. La abuela le quitó el cinturón. Mamá le pegó una bofetada, tan fuertecomo las que nos da a nosotros cuando está muy enfadada, más todavía. Yo me fuí a la cama con mis hermanos. Si mamá me llega a pillar en medio de aquella fiesta, me mata. Me tapé los ojos. Abracé a mis hermanos. Antes, mamá se abrazó a la abuela. Mamá lloraba. Parecía que yo era sordo porque no la oía, pero yo sé que lloraba. La curiosidad pudo más. Abrí los ojos. La abuela estaba sentada en una silla, en camisón. Mamá, en el suelo, apoyaba su cabeza en las piernas de la abuela. Así estuvieron un buen rato. La abuela le acariciaba el pelo. Nos dormimos. Me pregunto por qué María sigue jugando con el abuelo si le acaba de dar una torta en la cabeza.Ángel duerme. Ya no se despertará hasta que lleguemos a la parada en la que nos bajamos. Llorará. Por el sueño, supongo. Mamá le dará un zarandeo de los suyos.Le gritará. Yo miraré al fondo del autobús, para ver cómo reacciona la gente. En realidad cuando nos bajamos no paso vergüenza. Antes sí, la otra gente siempre nos mira. Al principio, cuando nos subimos en el autobús. Yo me siento, guardo silencio. Me concentro. Todas mis fuerzas piden que mis hermanos se estén quietos, que el abuelo no tenga que pegarles, que mamá no se ponga nerviosa,que a la abuela no se le caiga la baba, o se ponga a llorar. Un día, el abuelol le dio un tortazo a Ángel. Un hombre muy serio le dijo al abuelo que se merecía que lo denunciara a la policía. Por eso, el abuelo, o mamá, sólo nos pegan un poco cuando nos subimos al autobús en el centro, para que no les regañen.Los gritos sí, los gritos te los pegan en cualquier momento. Miro a otros niños que van con sus madres. Hablan bajito, incluso cuando la madre les va regañando. Siento envidia, o pena, no sé muy bien. No puedo dejar de mirarlos. Entonces me entran ganas de llorar, de llorar sin parar. Pero me aguanto. Siempre me aguanto. Juan dice que un día voy a reventar. Yo me quedo mirándolo. No sé por qué me quedo sin palabras cuando me dice esas cosas. Como cuando insiste en que estudie.Menos mal que convenció a mamá. Ahora, todas las tardes viene a por nosotros y nos lleva al aula de refuerzo. Allí, otros profesores diferentes a los de por la mañana, nos ayudan a hacer los deberes. Juan me ha prestado un libro suyo. Dice que es el primer libro que él se leyó en su vida, cuando tenía veinte años. Juan hizo también cosas malas cuando era más pequeño. Se salvó.Eso es lo que él me dice. Le pregunto qué hizo. Lo normal, me dice. Lo que hace todo el mundo por aquí, robar, pelearse, pelearse y robar. Unos viven de nosotros, los que te mandan robar y pelearte, y otros se niegan a que esto mejore. Y en momentos así, no sé qué tengo que decir. Juan se ríe y dice que pongo cara de mono. Lo abrazo. Él a mí. Fuerte, muy fuerte, con todas sus fuerzas. Lo sé. No le digo nada, pero lo sé. Creo que se abraza a sí mismo. El otro día le dije que me gustaban sus abrazos, pero que me diera un beso. Yo le doy muchos a Ángel, y a María cuando no me ve ninguno de mis amigos. Luego se meten conmigo si me ven besar a María. Que si estoy enamorado, que si soy marica. No me puedo juntar con ninguna niña. Se meten conmigo. Los profesores nos regañan, hacen juegos, como el pañuelo, o el quema, para que juguemos todos juntos, pero cuando no están, los niños con los niños y las niñas con las niñas. Juan me dio un beso. Le pedí que me abrazara al mismo tiempo. Me cogió en peso, me abrazó y me sopló un beso gigante. Me dejó la mejilla caliente. Me encantan los besos. Ángel y María, terminan llorando. Me da igual. Les hago cosquillas y dejan de llorar. Se ríen sin parar. Me piden que pare, me lo piden por favor.Entonces paro, pero enseguida me piden más. Hasta que llega mamá, o el abuelo,y me pegan por armar ruido. Me enfado mucho, los mando a la mierda, porque ellos siempre arman ruido, siempre gritan, siempre mandan. Leo en el baño y me siento en el váter.Ahora leo el libro de Juan, Robinson Crusoe. Es un naufrago. Vive sólo una isla. Ojalá tuviese un amigo como Viernes. Ojalá viviese en una isla, lejos de aquí. Me llevaría a Ángel y a María. Llamaría a Juan de vez en cuando.Visitaría a mamá. Vería por un agujero a la abuela y aparecería, cuando fuese mayor, en el momento en el que el abuelo llegase por la noche. En una isla. Con la profesora, Remedios.Es preciosa. Huele a golosina. Otros días como si hundieras la nariz en el migajón de una cuña de chocolate. Se ríe siempre. Los dientes son blancos como una hoja de papel. El pelo rizado, negro pero brillante. Mira mucho a Juan. Se quieren. Se lo pregunté a Juan. Me dijo que ella tenía novio. Se quieren, dice él, pero de otra manera. No es amor, me dijo. ¡Una mierda!, le respondí. Os queréis y ella no quiere a su novio tanto como a ti.Juan se enfadó y cortó la conversación. Es lo que hace cuando algo no le gusta,cuando nos regaña. Yo me doy cuenta y lo obedezco. A veces no le hago caso, pero no quiero hablar de eso. Una noche, papá llegó sangrando. Traía el pantalón rajado en el muslo.Mamá se puso a gritar, pero papá le pegó un bofetón tremendo. ¡Estás loca!, le decía. No quería que alguien se enterara. El abuelo le ató un pañuelo para cortar la sangre. Me puse a llorar, no podía dejar de llorar. Tenía miedo. Quería que aquello se acabara. Quería vivir en otro sitio. Quería que papá se muriera. No quería que papá se muriera. Gritaba. Juan me dijo al día siguiente que había tenido un ataque de pánico. Papá empezó a golpearme. Me pegó un tortazo en la cara, luego en la cabeza, pero no podía dejar de gritar. ¡Cabrón, qué te calles, cabrón!, me decía. Entonces cerró el puño y me golpeó en la barriga. No podía respirar. Creí que me iba a morir. Por la ventana se veían las luces azules de los coches de policía. Mamá me cogió por los pelos, ¡Cállate, coño,que se llevan a tu padre! El vecino de arriba llamó a la puerta. Subió a mi padre a su casa. Me cogió en brazos y me metió en el armario, con un pañuelo atado en la boca. Volví a gritar, sin gritar claro, hasta que me calmé. La policía entró en mi casa. Amenazó a nuestros vecinos. Se llamaron unos a otros.Todos salieron de sus casas, venían de los bloques de al lado. Me quité el pañuelo de la boca. Me asomé a la puerta de la casa de nuestro vecino. Uno delos policías, gigante, tenía miedo, la cara parecía un hueso seco. Los vecinos les gritaban, yo también me animé. Queríamos que se fueran, que nos dejaran en paz.Ningún vecino tocaba a los policías, sólo les gritábamos. ¡Marchaos! ¡Fuera!Uno de los policías sacó una pistola. Otro le ordenó que la guardara. Juntos éramos fuertes. Yo no tenía miedo. Era una sensación que me gustaba. Siempre tengo miedo. Miedo a que me peguen, miedo a que lo hagan en público, miedo a que papá vuelva, a que se vaya, a que mamá grite, a la madrugada cuando el abuelo llega a casa. Pero allí, no tenía miedo. Parecíamos esos negros de las películas que cantan en una iglesia. Me abalancé sobre el policía que había sacado la pistola. No sé por qué lo hice. Agarré la pistola y me metí el cañón en la boca. Era fuerte. Creía que si disparaba, no me pasaría nada. Era fuerte. Pero el miedo volvió. Todos se callaron. Todos nuestros vecinos se callaron. Dejaron de respirar. Yo miré al policía. Comencé a llorar. Él también. Otros policías lo agarraron de los brazos y lo sacaron de nuestro bloque. Esa noche hicimos una fiesta en la calle. Bajaron las guitarras. Hicimos una lumbre y bailamos toda la noche. Papá bailaba conmigo. Me sujetaba en brazos. Me gustaba. Parecía que volaba. Me daba besos. Todos nuestros vecinos.¡Valiente!, me decían. Al día siguiente, se llevaron a papá. Aparecieron tres furgonetas llenas de policías. Juan llegó corriendo. Mamá lloraba desconsolada. Ángel se cogió de la mano del abuelo. María de la que quedaba libre. Yo me agarré a Juan. Recordar aquello me pone triste. Ángel se acaba de despertar,protestando como siempre. No le gusta despertarse en el autobús. El abuelo le sube el pulgar por las patillas a Ángel. No entiende que haciéndole daño llorará más. ¡Es un niño, abuelo!, le digo. Mamá me cruza la cara. ¡Cállate,coño! Nos bajamos y nos vamos a casa.
sábado, 21 de febrero de 2009
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